lunes, 12 de marzo de 2012

Una denuncia ecológica excelsa: El césped del miedo de Carlos Martinez Rivas.Paginas escogidas sobre un poeta maldito.

  • Carlos Martínez Rivas es uno de los más grandes poetas nicaragüenses. Su poesía, de originalidad y belleza, ha influido notable y permanentemente a la generación de poetas posteriores a él


Por Steven White



Martínez Rivas logra en su "Insurrección solitaria" una visión personal de la rebeldía, oposición y desacuerdo con el mundo que lo rodea.


A primera vista, Carlos Martínez Rivas podría ser un poeta muy poco preocupado con el medio ambiente. En una entrevista que le hice a Martínez Rivas, el poeta mantiene que la poesía a partir de Baudelaire es, forzosamente, urbana: Dice Pasternak que la gran poesía nuestra ya no puede depender del campo por más que querramos volver al campo, desde que Baudelaire inventó la poesía de la ciudad. Es decir, inventó el dandismo y acabó con la naturaleza. El mundo de la poesía se convirtió en “fourmillante cité”. Baudelaire creó ese cambio histórico de mentalidad histórica. Se le impuso. Un genio recibe una nueva categoría del universo, una nueva manera de ver el universo y tiene que aguantarlo, aunque esa manera de ver sea dolorosa. Sería mucho mejor pensar en el campo, los arroyos, el murmullo del agua y el canto del pájaro. Pero no es necesariamente lo que descubres. Es lo que quieras descubrir. Se te impone. Y a veces es fatal para ti.
Pero en este sentido, ya que el medio ambiente es el lugar que sea donde uno vive, vale la pena destacar la importancia del poema "Dos Murales U. S. A." como un escrito ambiental (sub)urbano por su retrato perspicaz de los Estados Unidos al final de la década de los años cincuenta, cuando las costumbres desastrosas de este país en relación con el medio ambiente comienzan a rebelarse, sobre todo con la publicación de Silent Spring de Rachel Carson en 1962. Este libro polémico dejó al descubierto que el uso indiscriminado del insecticida DDT en los Estados Unidos desencadenó una serie de desastres ecológicos que redujeron de manera rápida y alarmante la población de los pájaros que habían deleitado con sus bellos cantos a los seres humanos generación tras generación cada primavera. Cheryll Glotfelty sostiene que las estrategias de venta de pesticidas con DDT en la década de los cincuenta se asemejan mucho en términos lingüísticos con la propaganda anticomunista y dice, además, que había campañas publicitarias elogiando el DDT como la bomba atómica de insecticidas.
Pero el verdadero uso generalizado del DDT en los Estados Unidos no se debía a la lucha contra enfermedades transmitidas por vectores, sino a la búsqueda cada vez más fervorosa del césped perfecto. El DDT fue prohibido, finalmente, en los Estados Unidos en 1972, pero se produce todavía en China, India y Corea del Norte para controlar la malaria en más de veinte países, principalmente africanos. En Nicaragua, según estudios del Minsa, el DDT se usó masivamente por más de 35 años a partir de 1950. Este pesticida persiste en el ambiente nicaragüense en la actualidad y se biomagnifica en la cadena de alimentos. Por increíble que parezca, en 1991 se aplicó más de media tonelada de DDT en la RAAN para control de malaria, aún a sabiendas de la potencial oncogenicidad de esta sustancia tóxica.
Volviendo al problema que destacó Carson hace casi cincuenta años, algunos hechos actuales atestiguan el amor permanente de los norteamericanos a sus lawns. Según el New York Times, en el nordeste de los Estados Unidos el 30% del agua que se consume se utiliza para regar el césped. En la costa oeste, como en California, esta cifra alcanza el 60%. El césped es la mayor cosecha de los Estados Unidos —8 millones de hectáreas en que se echan más fertilizantes que se usan en toda la India—. Elizabeth Colbert afirma en The New Yorker que el césped tan ubicuo en los Estados Unidos ha producido “un complejo de industrias en las cuales los norteamericanos gastan aproximadamente US$40 billones anualmente”.

Justo en el período del auge del empleo sin restricciones del DDT en los Estados Unidos, Carlos Martínez Rivas se enfrentó con el fenómeno cultural tan dañino del césped norteamericano al escribir uno de sus poemas más logrados Dos murales: U. S. A., compuesto en Los Ángeles, California, donde vivió Martínez Rivas de 1955-1964, mientras el poeta trabajaba en la compañía aduanera James G. Wiley. Como me explicó el poeta: “Y como yo tenía que hacer una serie de errands como intermediario entre las compañías de vapores y estos customs house brokers, escribí Dos murales: U. S. A. yendo por las calles de Los Ángeles. Los murales fueron escritos, borrados, corregidos, vueltos a escribir de memoria”.


El poema consiste en un mural diurno y otro nocturno que, en su conjunto, presentan un retrato devastador de la cultura superficial, enajenante y consumista de los Estados Unidos. La tercera sección del mural diurno que se llama La muerte entrante contiene un resumen del modelo ecológico no sostenible estadounidense de la vida que gira en torno al carro y se organiza visualmente a base del césped como una alfombra perfecta que une el interior con el exterior de las casas suburbanas:
Pero
no te conozco Máscara désta Muerte CARÁTULA
ESMERALDA
TOPACIO
¡huy, ROJA! ¿quién es eso? espectro para
la fertilización del pánico.
(No el viejo
miedo sino verde césped. Césped
más nuevo que el cielo, más fresco
que el cielo como césped verde.
El chorro jardinero tableteando girando niñas
con regaderas regando el pánico y la
cortadora de césped haciendo césped más tierno
que el verde cielo del césped del cielo
verde verdeando los lozanos vastos
altos pastos del pánico.






En California siempre ha existido el peligro de la desertificación. El césped oculta un mundo violento, sea como las guerras de agua en el sur de California que aparecen en la película Chinatown (¡y también Rango !) o, durante el período colonial, al otro extremo de los Estados Unidos, la esclavitud que mantuvo el césped de Monticello, la casona de Thomas Jefferson. A propósito del cine, es evidente que Hollywood ha diseminado la imagen de este medio ambiente californiano como un lugar idílico y hedonista.
A través de la imagen del césped durante este período de la historia de los Estados Unidos se puede percibir lo que Beatriz Colomina describe como una “psique dividida”: “En la superficie del césped estaba el rostro contento de la abundancia, y por debajo la amenaza de la aniquilación nuclear, el origen de muchas dificultades psicológicas”. En cuanto a la necesidad de cortar el césped con frecuencia, Teyssot dice que “sólo adquiere su esplendor de esmeralda cuando se somete a una tortura perpetua”. Elizabeth Colbert agrega que:
Cortar el césped literalmente elimina la opción de la reproducción sexual, ya que el césped nunca tiene la oportunidad de producir semillas. Desde la perspectiva del jardinero, el resultado es una alfombra verde más densa y gruesa. Desde la perspectiva del césped el resultado es un estado perpetuo de adolescencia. Con cada corte, las plantas son rejuvenecidas forzadamente. En su ensayo anticésped ¿Para qué cortar?, Michael Pollan dice: “El césped es la naturaleza purgada del sexo y de la muerte. Por eso, les gusta tanto a los americanos”.
No hay en el poema de Martínez Rivas, publicado en 1964, una clara conciencia de lo que en la actualidad se caracterizan como preocupaciones ecológicas. En el período de la composición del poema, el autor no estaba pensando en todos los elementos altamente negativos del césped que se manifiestan en Estados Unidos. Ahora, sin embargo, se sabe muy bien que el césped significa la toxicidad, la destrucción de hábitat y la disminución de recursos. En Dos murales: U. S. A. sí existe un miedo que surge del entendimiento revelador de una sociedad altamente defectuosa que se define de acuerdo con una perfección intrascendente, vacía. En la entrevista que le hice en 1982, Martínez Rivas intenta definir este pánico contemporáneo novedoso, sin precedente, que es el resultado de algo engañoso y aparentemente inocente:
El primer poema, La muerte entrante, comienza con la cita de Elifaz, el Temanita. De allí saqué la parte más importante del poema. Me refiero a la parte que habla no del miedo que ya conocemos, sino el nuevo miedo, el que no espanta, el miedo que es como la hierba verde y es lindo. Es el miedo de los Estados Unidos debajo de todas esas cosas paradisíacas. Este pavor no es el antiguo pavor que tenía su imagen pavorosa y de la cual te podías defender. No te puedes defender del miedo que está representado con niñas con regaderas.
Este pavor del poema tiene su origen en las falsas apariencias, la gran Máscara de la Muerte que se asocia con algo tan cotidiano como el semáforo que rige la circulación del tráfico en una sociedad que juzga la calidad de un ser humano a base de la marca del carro que conduce. El inconsciente con sus fantasmas, tal como los químicos letales que se esconden en el césped libre de malezas, es el sitio donde aumenta el pánico. Lo que crece en el poema de Martínez Rivas no es el césped, sino el miedo en un mundo en que los inmensos espacios letales son más potentes que el cielo, un firmamento que se compara con un gran cartel, o valla, que espera anunciar todos los nuevos productos que un país capitalista se ve obligado a producir y consumir en un apocalipsis de valores. Como asevera Timothy Morton, los céspedes “son espacios de violencia invisible, páginas borradas para que aparezcan como espaciosas y en blanco”. En su estancia en Los Ángeles, California, cuando escribe Dos murales: U. S. A ., Carlos Martínez Rivas conoce a fondo un modelo de vida que sólo conduce a la nada de la muerte del planeta.