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Esto no es una crisis griega. Es
una crisis europea, en dos partes. Primero, la quiebra financiera de 2008
provocó una recesión global de una dureza excepcional. Unida al rescate de los
bancos, la situación desembocó en un incremento acusado de la deuda y en el
déficit de las principales economías, incluidas las de la Eurozona.
A medida que en los años 2008 y 2009 fueron descendiendo los ingresos
fiscales y aumentando el desempleo, los déficit del gobierno aumentaron. Para
tapar el agujero, los gobiernos suscribieron prestamos, con lo que elevaron más
su deuda. En el caso de los países de la Eurozona, gran parte de esos préstamos
procedían de bancos europeos. Los bancos estaban satisfechos con el acuerdo,
pues suponían que no era posible que un miembro de la Eurozona no pagara y, por
tanto, los préstamos tenían un riesgo bajo. Los gobiernos también estaban
satisfechos porque parecía que estaban consiguiendo financiación barata.
Pero había un problema. Durante la década de existencia del euro, la moneda
fijó efectivamente la tasa de intercambio de los países miembros entre sí. Ya no
existía la opción de apreciar la moneda en el interior de la Eurozona. Alemania,
con un crecimiento de la productividad débil, redujo los salarios de sus
trabajadores, que durante siete años sufrieron caídas reales de los ingresos
medios. En consecuencia, se volvió más competitiva en relación con otros
miembros del euro. En condiciones normales, la situación desembocaría en un
aumento de su tasa de intercambio. Pero el euro lo impedía.
En cambio, las exportaciones alemanas parecían muy baratas en los países del
sur de Europa. Así que los países del sur empezaron a importar de Alemania (y
del norte de Europa en general) más de lo que vendían. Se abrió una brecha
comercial: el creciente déficit del sur iba aparejado del creciente superávit en
el norte, todo en el interior de la Eurozona. Los déficit necesitaban
financiación. Esta es la segunda parte de la crisis, fundamental. Para financiar
el déficit, los países suscribieron préstamos aprovechando un sistema financiero
europeo recién envalentonado. En España y Portugal, los préstamos aparecían como
deuda privada, lo que contribuyó a financiar una inmensa burbuja inmobiliaria
mientras el ascenso de los precios al consumo impulsaba al alza el precio de los
préstamos. En Grecia supuso un elevado nivel de deuda pública; durante la
expansión, los hogares griegos ahorraron, en lugar de suscribir préstamos. Pero
en todos los casos, la cuantía total de la deuda en la economía empezó a
aumentar rápidamente.
La quiebra financiera, con su cada vez mayor demanda de préstamos, se
precipitó rápidamente hasta llegar a la situación de desequilibrio existente en
la actualidad. La chispa de la crisis fue la revelación hecha en octubre de 2009
por parte del nuevo gobierno del PASOK de que la deuda pública de Grecia era muy
superior a lo que había reconocido el gobierno anterior.
No es una crisis de gasto público. España y Portugal gestionaban superávit
oficiales sólidos y gastaban menos de lo que ingresaban por los impuestos, hasta
que estalló la crisis; a diferencia de lo que sucedía en Alemania y Francia, que
estaban en déficit continuamente. En porcentaje de PIB, Grecia gasta menos en su
sector público que Alemania o Francia, aunque su riqueza está aquejada de un
fraude fiscal crónico.
Esta es una crisis del sistema financiero y del propio euro. Si no se
resuelven ambas caras de este desafortunado emparejamiento, no acabará.
Dos años de fracasos
Las sucesivas tentativas de resolver la crisis por parte de las principales
potencias han fracasado manifiestamente. Han seguido la pauta establecida: a los
fondos de rescate, que ahora ascienden a 240.000 millones de euros destinados a
permitir que el Estado griego cumpla con las demandas de sus acreedores,
acompaña la insistencia en unas medidas de autoridad de una dureza cada vez
mayor. Supervisados por la «troika» de la UE, el BCE y el FMI, los sucesivos
gobiernos griegos han paleado montones cada vez mayores de dinero en efectivo
desde instituciones crediticias internacionales, al tiempo que arrancaban cada
vez mayores sacrificios del pueblo griego. El impacto causado sobre la sociedad
ha sido devastador. Por poner solo un ejemplo, Grecia solía tener la tasa de
suicidios más baja de Europa. El año pasado los suicidios han aumentado un 40
por ciento.
Los planes de la troika nunca iban a funcionar. La austeridad es
contraproducente. Los recortes en el gasto público (y el aumento acusado de los
impuestos) succionan la demanda de cualquier economía. Si la economía es frágil
(y la de Grecia es extremadamente frágil) se debilita aún más, pues el descenso
de la demanda desemboca en el descenso de la venta de bienes, el descenso del
empleo y la caída de los salarios. Se instaura un círculo vicioso de declive,
exactamente igual que sucedió cuando los gobiernos trataron de adoptar el mismo
rumbo en la década de 1930. La economía griega se ha contraído ahora un 16 por
ciento en cinco años, mientras que el desempleo se ha disparado. Y la carga de
la deuda, lejos de contraerse, se hincha, habiendo pasado de ser del 130 por
ciento del PIB a finales de 2009 a en torno al 160 por ciento a día de hoy.
El único modo de eliminar una deuda es devolverla o cancelarla. Los rescates
no sirven para ninguna de las dos cosas. Simplemente contribuyen a mantener el
flujo de pagos, con intereses, que permite a Grecia cumplir con las demandas de
sus acreedores. Cuando la economía se colapsa (resultado directo de la
austeridad) este mecanismo se vuelve cada vez más obsceno: todo un país muerto
de hambre por la austeridad, pero mantenido con un goteo de rescates que
beneficia a sus acreedores. No debe ser ninguna sorpresa que tantos votantes
griegos hayan optado por partidos contrarios a la austeridad. En Grecia no hay
ninguna razón en absoluto para aceptar este acuerdo miserable.
En las últimas elecciones, Syriza, la coalición de izquierda radical, ha
emergido como vencedora aupándose al segundo lugar y apareciendo ahora en los
sondeos con unas previsiones de aproximadamente el 27 por ciento, por delante de
todos los demás partidos. Syriza recibió su apoyo en las zonas obreras urbanas,
donde suplantó al PASOK. Ha insistido en suspender el pago de la deuda y poner
fin a la austeridad como condiciones para cualquier futura coalición de
gobierno. Si no se forja ninguna coalición, a mediados de junio se celebrarán
nuevas elecciones.
Las semanas que vienen
Dos años de fracasos ignominiosos de la troika están llegando por fin a un
punto muerto. La situación es compleja. La pauta para los próximos meses,
sometida a grandes incertidumbres, parece ser la siguiente. La tabla que aparece
a continuación muestra las cantidades que se espera que Grecia pague durante lo
que queda de año para cumplir con sus acreedores.
Calendario de devoluciones de Grecia, año 2012 (en millones de euros)
Mayo | Junio | Julio | Agosto | Septiembre | Octubre | Noviembre | Diciembre |
11.546 | 2.991 | 3.030 | 9.676 | 1.019 | 1.171 | 85 | 2.324 |
Fuente: Bloomberg
Entre las principales devoluciones concretas se encuentran 3.100 millones de
euros adeudados al BCE el 20 de agosto. Pero cualquier otro pago no satisfecho
antes de esa fecha desencadenaría una mora.
No es posible que el Estado griego cumpla con estas devoluciones y al mismo
tiempo pague a sus empleados. Si se realizan las devoluciones, debe seguir
recibiendo financiación de rescate de la UE. Hasta ahora, la UE ha insistido en
que recibir dinero de rescate requiere que Grecia cumpla con el Memorándum de
Entendimiento firmado el año pasado, que le compromete a adoptar medidas de
austeridad estrictas. Si no se suscriben esas medidas, se interrumpirá la
financiación, lo que supone rebeldía. Es posible, pero no seguro, que la UE esté
ahora dudando a este respecto, pues Jean-Claude Juncker, Primer Ministro de
Luxemburgo y jefe del Eurogrupo, insinuó el lunes que se podía conceder alguna
indulgencia.
Una vez en rebeldía, tiene poco sentido que Grecia continúe en el seno de la
Eurozona. Los bancos internacionales han pasado el último año desechando sus
bonos griegos, de tal forma que los únicos compradores que han quedado son
instancias oficiales (como el BCE), bancos griegos y fondos de inversión adictos
a los riesgos. El impago no golpeará demasiado fuerte a los bancos de fuera de
Grecia y el BCE puede soportar las pérdidas. Pero los bancos del interior de
Grecia serán barridos. Tendrán que recapitalizarse (aprovisionarse de fondos
nuevos), muy probablemente bajo el estricto control del gobierno. Recapitalizar
bancos con euros no será posible sin tener acceso al suministro inmediato de
euros; y el BCE y otras instancias no estarán dispuestos a abastecerles. Sin
embargo, existe la posibilidad de recapitalizarse con moneda nueva, de manera
que el banco central emita moneda efectiva para hacer frente a la situación. El
colapso de la banca griega desembocaría rápidamente en la salida del euro.
La fecha más probable para las elecciones es el 10 o el 17 de junio próximos.
Alemania ha insistido en que si Grecia no tiene gobierno después de estas
elecciones, no recibirá el siguiente paquete de ayuda de la UE, esperado para
junio. Esto, además, llevará rápidamente a un impago, lo que impulsará a Grecia
hacia la puerta de salida del euro.
Pero un gobierno que respete sus compromisos de deuda (si es que se puede
formar alguno de algún modo) estaría en una situación extremadamente vulnerable.
Su dependencia de posteriores subvenciones de la UE sería terminal. El déficit
primario de Grecia (la diferencia entre los impuestos recaudados por el Estado y
el gasto realizado, excluyendo el pago de intereses) es del uno por ciento del
PIB. No es una inmensidad, pero es necesario cubrirlo. Si, por la razón que sea,
no se cubre, el Estado se quedaría sin dinero para pagar a sus funcionarios
bastante pronto, quizá en el mes de julio. Se puede ver obligado a emitir
pagarés (promesas de pagar en euros en una fecha posterior) y estos, a su vez,
empezarían a asumir algunas de las funciones del dinero aceptándose en comercios
y demás. Los euros desaparecerían de la circulación, pues se habrían vuelto
demasiado valiosos como para utilizarlos en intercambios comerciales o
confiárselos a los bancos griegos. Se produciría una salida del euro de facto,
casi accidental.
Las posibilidades de que todas las partes negocien una solución a lo largo de
los próximos meses y Grecia siga siendo miembro del euro son bajas. Aunque el
resultado es incierto y depende de procesos políticos, aun cuando Grecia sortee
los próximos meses y salga del periodo electoral siendo miembro del euro, la
crisis no estará resuelta. La deuda pública superará cualquier otra
consideración y, sin ninguna esperanza realista de devolución y con una economía
hecha trizas, el asunto de su permanencia en el euro simplemente
reaparecerá.
Contagio y colapso
En teoría, la situación de Grecia se puede contener. Entre los dos, la UE y
el BCE han dedicado dos años a erigir una serie de «cortafuegos» para impedir la
propagación de la crisis más allá de sus fronteras, para lo que teóricamente hay
disponibles 750.000 millones de euros. Sus antiguos acreedores privados han
estado deshaciéndose de sus participaciones en la deuda griega hasta reducir al
mínimo su exposición a la misma. En teoría, la crisis de Grecia puede mantenerse
ahí.
Pero esta no es una crisis griega. España, Portugal e Italia participan del
mismo mecanismo de creación de deuda, impulsado por los desequilibrios del euro.
Durante los años de expansión del euro, España y Portugal acumularon deudas
inmensas del sector privado. Un boom inmobiliario impulsó los préstamos
hipotecarios, que a su vez elevaron el aumento de los precios; hasta que hubo un
momento en que más del 20 por ciento de la fuerza de trabajo española estaba
empleada en la construcción. La deuda privada se disparó. Cuando llegó la
quiebra, las deudas se volvieron impagables. Los bancos españoles amenazan con
desmoronarse, donde el tercero más importante, Bankia, ha sido nacionalizado
silenciosamente por el gobierno la semana pasada. Mientras tanto, Italia está
aquejada de un crecimiento bajo permanente y una deuda pública de 1,3 billones
de euros. También ha caído en la trampa.
Cualquier estallido en Grecia podría propagarse con rapidez a estos tres
países; en particular, a España. Podría producirse una presión desmesurada sobre
los bancos cuando los depositarios aterrorizados crean que sus gobiernos son
incapaces de apoyar a los bancos en quiebra y empezaran a retirar su dinero en
efectivo, lo que encendería la mecha de un pánico bancario. O bien los
comerciantes de bonos mercantiles, creyendo que las economías más endeudadas
verán quiebras de bancos importantes a los que los gobiernos no podrán rescatar,
lo cual impulsará al alza los tipos de interés y obligará a los gobiernos a
pedir rescates. O bien los inversores privados y los especuladores, creyendo que
estos países no pueden apoyar a sus bancos, empezarán a llevarse el capital a
otra parte, lo que provocará una fuga de capitales y el colapso de los
bancos.
O, incluso, alguna combinación de las tres cosas. Las tasas de interés para
los bonos oficiales español e italiano ya han empezado a sufrir un aumento
acusado, pues los agentes empiezan a temer los riesgos de un colapso
generalizado. La agencia Fitch ha anunciado que rebajará la calificación de
todos los miembros del euro en caso de que Grecia salga de la moneda. Los
cortafuegos de la UE, el Fondo Europeo de Estabilidad Financiera, que es
provisional, y el Mecanismo Europeo de Estabilidad, de carácter permanente,
parecen ser capaces de hacer frente a la situación... sobre el papel. En la
práctica, no disponen de fondos reales, sino de promesas realizadas por los
países signatarios de que pagarán si es necesario. Y una promesa de pago no es
lo mismo que disponer del dinero en efectivo; en especial si quienes prometen
pagar, como España, también son quienes necesitan rescate. Muy pronto, ambos
podrían verse desbordados por una conflagración generalizada. Los riesgos de una
segunda recesión grave son importantes.
Próximos pasos
Hay dos principales vías de salida para una quiebra. Una es tratar, en la
medida de lo posible, de aferrarse a las antiguas formas de trabajar. Esta es la
senda preferida por la troika. Hasta el momento no han funcionado y no van a
funcionar en el futuro.
La otra es imponer una ruptura radical con ese pasado fallido. Syriza ha
acertado de pleno al insistir en negarse a hacer devoluciones de deuda y
prometer el fin de la austeridad. Ninguna de las dos cosas va a beneficiar a los
griegos de a pie, ni a la sociedad europea en general. Ha acertado también al
incrementar el uso de financiación no ortodoxa, como el endeudamiento interno
forzoso: préstamos obligatorios con aquellos que puedan permitirse dar créditos,
a tasas de interés bajas. Impedir la propagación del contagio y contener la
crisis financiera requerirá el control de los capitales: restricciones sobre la
libre circulación de capital, ya sea directa o indirectamente, para impedir la
propagación del pánico. Hasta el FMI reconoce ahora la eficacia de este tipo de
medidas en una crisis. Es necesario que se grave de forma eficaz la riqueza para
sufragar los costes, y que los bancos operen en interés de la sociedad, no para
obtener beneficios privados.
Lo que hace falta, en otras palabras, es dar los primeros pasos para alejarse
de un sistema económico fracasado. En Europa está creciendo el movimiento contra
la austeridad. Grecia podría estar a punto de dar esos primeros pasos en medio
de las ruinas. Si se forma allí un nuevo gobierno contrario a la austeridad, la
presión que recibirá para impedírselo será inmensa. Nuestra solidaridad será
fundamental.
Cortesia V.O.P Hugo Aguirre
Fotografia:Tempestad en el Atitlan. Diaz Pereira