domingo, 20 de mayo de 2012

Austeridad griega: el final del camino

News Economics

Esto no es una crisis griega. Es una crisis europea, en dos partes. Primero, la quiebra financiera de 2008 provocó una recesión global de una dureza excepcional. Unida al rescate de los bancos, la situación desembocó en un incremento acusado de la deuda y en el déficit de las principales economías, incluidas las de la Eurozona.
A medida que en los años 2008 y 2009 fueron descendiendo los ingresos fiscales y aumentando el desempleo, los déficit del gobierno aumentaron. Para tapar el agujero, los gobiernos suscribieron prestamos, con lo que elevaron más su deuda. En el caso de los países de la Eurozona, gran parte de esos préstamos procedían de bancos europeos. Los bancos estaban satisfechos con el acuerdo, pues suponían que no era posible que un miembro de la Eurozona no pagara y, por tanto, los préstamos tenían un riesgo bajo. Los gobiernos también estaban satisfechos porque parecía que estaban consiguiendo financiación barata.
Pero había un problema. Durante la década de existencia del euro, la moneda fijó efectivamente la tasa de intercambio de los países miembros entre sí. Ya no existía la opción de apreciar la moneda en el interior de la Eurozona. Alemania, con un crecimiento de la productividad débil, redujo los salarios de sus trabajadores, que durante siete años sufrieron caídas reales de los ingresos medios. En consecuencia, se volvió más competitiva en relación con otros miembros del euro. En condiciones normales, la situación desembocaría en un aumento de su tasa de intercambio. Pero el euro lo impedía.
En cambio, las exportaciones alemanas parecían muy baratas en los países del sur de Europa. Así que los países del sur empezaron a importar de Alemania (y del norte de Europa en general) más de lo que vendían. Se abrió una brecha comercial: el creciente déficit del sur iba aparejado del creciente superávit en el norte, todo en el interior de la Eurozona. Los déficit necesitaban financiación. Esta es la segunda parte de la crisis, fundamental. Para financiar el déficit, los países suscribieron préstamos aprovechando un sistema financiero europeo recién envalentonado. En España y Portugal, los préstamos aparecían como deuda privada, lo que contribuyó a financiar una inmensa burbuja inmobiliaria mientras el ascenso de los precios al consumo impulsaba al alza el precio de los préstamos. En Grecia supuso un elevado nivel de deuda pública; durante la expansión, los hogares griegos ahorraron, en lugar de suscribir préstamos. Pero en todos los casos, la cuantía total de la deuda en la economía empezó a aumentar rápidamente.
La quiebra financiera, con su cada vez mayor demanda de préstamos, se precipitó rápidamente hasta llegar a la situación de desequilibrio existente en la actualidad. La chispa de la crisis fue la revelación hecha en octubre de 2009 por parte del nuevo gobierno del PASOK de que la deuda pública de Grecia era muy superior a lo que había reconocido el gobierno anterior.
No es una crisis de gasto público. España y Portugal gestionaban superávit oficiales sólidos y gastaban menos de lo que ingresaban por los impuestos, hasta que estalló la crisis; a diferencia de lo que sucedía en Alemania y Francia, que estaban en déficit continuamente. En porcentaje de PIB, Grecia gasta menos en su sector público que Alemania o Francia, aunque su riqueza está aquejada de un fraude fiscal crónico.
Esta es una crisis del sistema financiero y del propio euro. Si no se resuelven ambas caras de este desafortunado emparejamiento, no acabará.
Dos años de fracasos
Las sucesivas tentativas de resolver la crisis por parte de las principales potencias han fracasado manifiestamente. Han seguido la pauta establecida: a los fondos de rescate, que ahora ascienden a 240.000 millones de euros destinados a permitir que el Estado griego cumpla con las demandas de sus acreedores, acompaña la insistencia en unas medidas de autoridad de una dureza cada vez mayor. Supervisados por la «troika» de la UE, el BCE y el FMI, los sucesivos gobiernos griegos han paleado montones cada vez mayores de dinero en efectivo desde instituciones crediticias internacionales, al tiempo que arrancaban cada vez mayores sacrificios del pueblo griego. El impacto causado sobre la sociedad ha sido devastador. Por poner solo un ejemplo, Grecia solía tener la tasa de suicidios más baja de Europa. El año pasado los suicidios han aumentado un 40 por ciento.
Los planes de la troika nunca iban a funcionar. La austeridad es contraproducente. Los recortes en el gasto público (y el aumento acusado de los impuestos) succionan la demanda de cualquier economía. Si la economía es frágil (y la de Grecia es extremadamente frágil) se debilita aún más, pues el descenso de la demanda desemboca en el descenso de la venta de bienes, el descenso del empleo y la caída de los salarios. Se instaura un círculo vicioso de declive, exactamente igual que sucedió cuando los gobiernos trataron de adoptar el mismo rumbo en la década de 1930. La economía griega se ha contraído ahora un 16 por ciento en cinco años, mientras que el desempleo se ha disparado. Y la carga de la deuda, lejos de contraerse, se hincha, habiendo pasado de ser del 130 por ciento del PIB a finales de 2009 a en torno al 160 por ciento a día de hoy.
El único modo de eliminar una deuda es devolverla o cancelarla. Los rescates no sirven para ninguna de las dos cosas. Simplemente contribuyen a mantener el flujo de pagos, con intereses, que permite a Grecia cumplir con las demandas de sus acreedores. Cuando la economía se colapsa (resultado directo de la austeridad) este mecanismo se vuelve cada vez más obsceno: todo un país muerto de hambre por la austeridad, pero mantenido con un goteo de rescates que beneficia a sus acreedores. No debe ser ninguna sorpresa que tantos votantes griegos hayan optado por partidos contrarios a la austeridad. En Grecia no hay ninguna razón en absoluto para aceptar este acuerdo miserable.
En las últimas elecciones, Syriza, la coalición de izquierda radical, ha emergido como vencedora aupándose al segundo lugar y apareciendo ahora en los sondeos con unas previsiones de aproximadamente el 27 por ciento, por delante de todos los demás partidos. Syriza recibió su apoyo en las zonas obreras urbanas, donde suplantó al PASOK. Ha insistido en suspender el pago de la deuda y poner fin a la austeridad como condiciones para cualquier futura coalición de gobierno. Si no se forja ninguna coalición, a mediados de junio se celebrarán nuevas elecciones.
Las semanas que vienen
Dos años de fracasos ignominiosos de la troika están llegando por fin a un punto muerto. La situación es compleja. La pauta para los próximos meses, sometida a grandes incertidumbres, parece ser la siguiente. La tabla que aparece a continuación muestra las cantidades que se espera que Grecia pague durante lo que queda de año para cumplir con sus acreedores.
Calendario de devoluciones de Grecia, año 2012 (en millones de euros)



MayoJunioJulioAgostoSeptiembreOctubreNoviembreDiciembre
11.5462.9913.0309.6761.0191.171852.324
Fuente: Bloomberg
Entre las principales devoluciones concretas se encuentran 3.100 millones de euros adeudados al BCE el 20 de agosto. Pero cualquier otro pago no satisfecho antes de esa fecha desencadenaría una mora.
No es posible que el Estado griego cumpla con estas devoluciones y al mismo tiempo pague a sus empleados. Si se realizan las devoluciones, debe seguir recibiendo financiación de rescate de la UE. Hasta ahora, la UE ha insistido en que recibir dinero de rescate requiere que Grecia cumpla con el Memorándum de Entendimiento firmado el año pasado, que le compromete a adoptar medidas de austeridad estrictas. Si no se suscriben esas medidas, se interrumpirá la financiación, lo que supone rebeldía. Es posible, pero no seguro, que la UE esté ahora dudando a este respecto, pues Jean-Claude Juncker, Primer Ministro de Luxemburgo y jefe del Eurogrupo, insinuó el lunes que se podía conceder alguna indulgencia.
Una vez en rebeldía, tiene poco sentido que Grecia continúe en el seno de la Eurozona. Los bancos internacionales han pasado el último año desechando sus bonos griegos, de tal forma que los únicos compradores que han quedado son instancias oficiales (como el BCE), bancos griegos y fondos de inversión adictos a los riesgos. El impago no golpeará demasiado fuerte a los bancos de fuera de Grecia y el BCE puede soportar las pérdidas. Pero los bancos del interior de Grecia serán barridos. Tendrán que recapitalizarse (aprovisionarse de fondos nuevos), muy probablemente bajo el estricto control del gobierno. Recapitalizar bancos con euros no será posible sin tener acceso al suministro inmediato de euros; y el BCE y otras instancias no estarán dispuestos a abastecerles. Sin embargo, existe la posibilidad de recapitalizarse con moneda nueva, de manera que el banco central emita moneda efectiva para hacer frente a la situación. El colapso de la banca griega desembocaría rápidamente en la salida del euro.
La fecha más probable para las elecciones es el 10 o el 17 de junio próximos. Alemania ha insistido en que si Grecia no tiene gobierno después de estas elecciones, no recibirá el siguiente paquete de ayuda de la UE, esperado para junio. Esto, además, llevará rápidamente a un impago, lo que impulsará a Grecia hacia la puerta de salida del euro.
Pero un gobierno que respete sus compromisos de deuda (si es que se puede formar alguno de algún modo) estaría en una situación extremadamente vulnerable. Su dependencia de posteriores subvenciones de la UE sería terminal. El déficit primario de Grecia (la diferencia entre los impuestos recaudados por el Estado y el gasto realizado, excluyendo el pago de intereses) es del uno por ciento del PIB. No es una inmensidad, pero es necesario cubrirlo. Si, por la razón que sea, no se cubre, el Estado se quedaría sin dinero para pagar a sus funcionarios bastante pronto, quizá en el mes de julio. Se puede ver obligado a emitir pagarés (promesas de pagar en euros en una fecha posterior) y estos, a su vez, empezarían a asumir algunas de las funciones del dinero aceptándose en comercios y demás. Los euros desaparecerían de la circulación, pues se habrían vuelto demasiado valiosos como para utilizarlos en intercambios comerciales o confiárselos a los bancos griegos. Se produciría una salida del euro de facto, casi accidental.
Las posibilidades de que todas las partes negocien una solución a lo largo de los próximos meses y Grecia siga siendo miembro del euro son bajas. Aunque el resultado es incierto y depende de procesos políticos, aun cuando Grecia sortee los próximos meses y salga del periodo electoral siendo miembro del euro, la crisis no estará resuelta. La deuda pública superará cualquier otra consideración y, sin ninguna esperanza realista de devolución y con una economía hecha trizas, el asunto de su permanencia en el euro simplemente reaparecerá.
Contagio y colapso
En teoría, la situación de Grecia se puede contener. Entre los dos, la UE y el BCE han dedicado dos años a erigir una serie de «cortafuegos» para impedir la propagación de la crisis más allá de sus fronteras, para lo que teóricamente hay disponibles 750.000 millones de euros. Sus antiguos acreedores privados han estado deshaciéndose de sus participaciones en la deuda griega hasta reducir al mínimo su exposición a la misma. En teoría, la crisis de Grecia puede mantenerse ahí.
Pero esta no es una crisis griega. España, Portugal e Italia participan del mismo mecanismo de creación de deuda, impulsado por los desequilibrios del euro. Durante los años de expansión del euro, España y Portugal acumularon deudas inmensas del sector privado. Un boom inmobiliario impulsó los préstamos hipotecarios, que a su vez elevaron el aumento de los precios; hasta que hubo un momento en que más del 20 por ciento de la fuerza de trabajo española estaba empleada en la construcción. La deuda privada se disparó. Cuando llegó la quiebra, las deudas se volvieron impagables. Los bancos españoles amenazan con desmoronarse, donde el tercero más importante, Bankia, ha sido nacionalizado silenciosamente por el gobierno la semana pasada. Mientras tanto, Italia está aquejada de un crecimiento bajo permanente y una deuda pública de 1,3 billones de euros. También ha caído en la trampa.
Cualquier estallido en Grecia podría propagarse con rapidez a estos tres países; en particular, a España. Podría producirse una presión desmesurada sobre los bancos cuando los depositarios aterrorizados crean que sus gobiernos son incapaces de apoyar a los bancos en quiebra y empezaran a retirar su dinero en efectivo, lo que encendería la mecha de un pánico bancario. O bien los comerciantes de bonos mercantiles, creyendo que las economías más endeudadas verán quiebras de bancos importantes a los que los gobiernos no podrán rescatar, lo cual impulsará al alza los tipos de interés y obligará a los gobiernos a pedir rescates. O bien los inversores privados y los especuladores, creyendo que estos países no pueden apoyar a sus bancos, empezarán a llevarse el capital a otra parte, lo que provocará una fuga de capitales y el colapso de los bancos.
O, incluso, alguna combinación de las tres cosas. Las tasas de interés para los bonos oficiales español e italiano ya han empezado a sufrir un aumento acusado, pues los agentes empiezan a temer los riesgos de un colapso generalizado. La agencia Fitch ha anunciado que rebajará la calificación de todos los miembros del euro en caso de que Grecia salga de la moneda. Los cortafuegos de la UE, el Fondo Europeo de Estabilidad Financiera, que es provisional, y el Mecanismo Europeo de Estabilidad, de carácter permanente, parecen ser capaces de hacer frente a la situación... sobre el papel. En la práctica, no disponen de fondos reales, sino de promesas realizadas por los países signatarios de que pagarán si es necesario. Y una promesa de pago no es lo mismo que disponer del dinero en efectivo; en especial si quienes prometen pagar, como España, también son quienes necesitan rescate. Muy pronto, ambos podrían verse desbordados por una conflagración generalizada. Los riesgos de una segunda recesión grave son importantes.
Próximos pasos
Hay dos principales vías de salida para una quiebra. Una es tratar, en la medida de lo posible, de aferrarse a las antiguas formas de trabajar. Esta es la senda preferida por la troika. Hasta el momento no han funcionado y no van a funcionar en el futuro.
La otra es imponer una ruptura radical con ese pasado fallido. Syriza ha acertado de pleno al insistir en negarse a hacer devoluciones de deuda y prometer el fin de la austeridad. Ninguna de las dos cosas va a beneficiar a los griegos de a pie, ni a la sociedad europea en general. Ha acertado también al incrementar el uso de financiación no ortodoxa, como el endeudamiento interno forzoso: préstamos obligatorios con aquellos que puedan permitirse dar créditos, a tasas de interés bajas. Impedir la propagación del contagio y contener la crisis financiera requerirá el control de los capitales: restricciones sobre la libre circulación de capital, ya sea directa o indirectamente, para impedir la propagación del pánico. Hasta el FMI reconoce ahora la eficacia de este tipo de medidas en una crisis. Es necesario que se grave de forma eficaz la riqueza para sufragar los costes, y que los bancos operen en interés de la sociedad, no para obtener beneficios privados.
Lo que hace falta, en otras palabras, es dar los primeros pasos para alejarse de un sistema económico fracasado. En Europa está creciendo el movimiento contra la austeridad. Grecia podría estar a punto de dar esos primeros pasos en medio de las ruinas. Si se forma allí un nuevo gobierno contrario a la austeridad, la presión que recibirá para impedírselo será inmensa. Nuestra solidaridad será fundamental.

Cortesia V.O.P Hugo Aguirre
Fotografia:Tempestad en el Atitlan. Diaz Pereira

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